domingo

Efectos

Le basto cruzar el umbral de la puerta y verla hecha un ovillo en el sillón de mimbre: rodillas con pera, mechón de pelo en la frente, la mirada perdida, para comprender que otra vez la había perdido. Por cinco, seis, quizás siete días solamente pero eran más que suficientes para extrañarla.

Podía urdir toda clase de artimañas para intentar retenerla, pero era en vano. Ella se había ausentado, otra vez. La primera vez pensó que era una excepción. Algo fuera de lo común, un ejemplar extraño había logrado que ella entrara en trance y no sabia como conectarse con ella en ese estado. Pero era irremediable, como la verdad, ni triste ni alegre, ni bueno ni malo, irremediable.

Cualquier otra persona que la conociese diría que él era un exagerado, que ella no se había ido a ningún lado, que estaba allí, que dormía en su cama, que comían juntos, incluso podían llegar a compartir un mate, pero él sabia que no era del todo cierto. Había algo en la esencia de su mujer, un pequeño desliz del alma, que se había modificado.

Su cuerpo estaba, sí, sus movimientos mecánicos, incluso hasta lo cotidiano de la casa seguía ocurriendo, pero en el fondo, había un delgadísimo hilo que se cortaba. Ella se había ido a un mundo paralelo, invisible, pero tan contundente, que lo único que podía hacer era esperar que a que regrese y extrañarla.

Al principio dio pelea. ¿Qué era todo esto? ¿Dónde se había visto? Alejarse así, sin mediar palabra, sin explicaciones previas! Era inútil.

Incluso pensó en amenazarla, pero cómo. ¿Qué iba a decirle? Ni siquiera se animó a sugerir que la dejaba, no sólo porque la simple idea le producía rechazo, sino porque intuyó que ella no pondría ningún tipo de objeciones al respecto. Incluso quizás, hasta se hubiera sentido aliviada si él la dejaba sola esos días.

Lo terrible no era su ausencia, sino la certeza de que él, en ninguna oportunidad, tendría acceso a ese lugar remoto en el que ella se alojaba, ni siquiera podía espiar ese mundo. Entonces sentía celos. Era eso, sencillamente...

Se venia, ya lo sabia, una semana de guisos pasados, fideos quemados y remeras arrugadas, ¡que no fuera a ocurrir justo en la época en que se vencía la luz o el teléfono! porque era obvio que ella no detendría su tarea por un hecho tan burdo como ese. Pero como todo, uno o dos días después de terminar, ella volvía a ser la misma, volvía a mirarlo como antes, como siempre, a tomar su mano como si nada y sin ningún motivo aparente, volvía a sentirla suya , así que no había que alarmarse, ya no. Sabía que esto pasaría y volvería a empezar. Así era ella.

Sabia que no era el fin del mundo, era su mujer, lo amaba, sólo tenia que esperarla porque ella siempre volvía. Su mujer no estaba enferma, ni loca, ni tenia problemas de personalidad, solamente, ella otra vez, había empezado a leer un libro, uno de esos que la absorbían completamente y que extraían de ella su fibra mas intimas, para devolverla feliz y renovada y...más hermosa que nunca!

Mariana.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Para Mariana: Buen cuento. As� se siente una cuando abre un libro.

josé lopez romero dijo...

entré y descubrí cosas que me gustaron, Verónica, ¿pero quién es Mariana?